Esta va a ser una entrada más introspectiva de lo normal. Una de las razones por las que he retomado la actividad del blog es poder exponer en público mis éxitos cuando los consiga, pero sobre todo mis fracasos, que serán más habituales. También quiero hablar de cómo poner en marcha un sistema para volver a escribir y llevar una cuenta pública de mi productividad, como hice en su momento con mis balances mensuales.

Así que toca sincerarse, empezando por la madre del cordero, la largamente esperada La Guerra del Ayer. Este es un libro que he empezado y desechado varias veces desde 2017 hasta hoy y que quiero —¡por fin!— terminar en 2021. No hay una sola respuesta a por qué no lo he publicado todavía, así que voy a intentar explicarme lo mejor que pueda.

La recepción a la saga siempre fue muy positiva. Cuando yo escribía y leía los libros, sentía que podían funcionar; me gustaban a mí, así que ¿por qué no iban a a gustar también a los lectores? Aunque he recibido críticas negativas de todos y cada uno de ellos, la inmensa mayoría de opiniones son muy buenas, a veces hasta sacándome los colores.

Yo pensaba entonces —y lo sigo pensando— que los lectores no son idiotas y si disfrutan de tus libros, es porque habrás hecho algo bien. El problema es que empiezas a pensar cómo demonios vas a conseguir hacerlo de nuevo. Siguiendo por ese camino, viene la obsesión por la perfección y que tu voz crítica se haga con el control.

En mi caso, creo que algo de eso hay. Y entiendo cada día más a George R. R. Martin, que tiene que acabar la Canción de Hielo y Fuego y estar a la altura de todo lo que se espera de él. Mi saga es mucho más modesta y con menos alcance, pero la posibilidad de decepcionar a los lectores sigue ahí. Y es más fácil no escribir, evitando así que ocurra, que escribir y descubrir qué pasa.

¿Lo he superado? No del todo. Pero al menos, sé que tengo ese problema y que debo buscarle una solución. En parte, por eso dejé de escribir en este blog y me convertí en un ermitaño en redes sociales. Sé de buena tinta que mis lectores esperan el libro como agua de mayo. Es más, me siguen escribiendo preguntando por el final de la historia. Sin embargo, el miedo a terminar como el escritor que tenía una saga muy buena y la cagó en el último libro sigue presente.

Sí, es un miedo infantil, lo sé. Esos son siempre los peores, ya que no se pueden razonar. Simplemente, los tienes.

Entonces llegó 2020, con su dosis de realidad brutal en vena, demostrando que hay cosas mucho peores que esos miedos. No fue por el jodido bicho, pero la muerte de mi padre este año sí que duele, mucho más de lo que pueda decirme cualquiera de mis lectores.

Al mismo tiempo, en 2020 he saltado al vacío como nunca antes, uniéndome al colectivo de trabajadores autónomos que deben buscar trabajos para facturar mes tras mes. Y resulta que cuando vives al día, todo dinero es bienvenido, así que los ingresos de los libros vienen muy bien para llegar a fin de mes. Lo que pasa es que hace falta aumentarlos y para eso hay que escribir, terminar lo que escribes y publicarlo.

No debe ser tan difícil. Lo hice hace un lustro y puedo volver a hacerlo. Entre otras cosas, supone confiar en uno mismo, eso mismo que tanto he pregonado en esta bitácora y que tan poco practico. 

No va a ser un camino de rosas, pero 2021 va a ser un año en el que (re)construir. En mi caso, reconstruir mi carrera de escritor y conseguir unos ingresos estables entre todos los palos que toco para que mi familia no pase ningún apuro. Tendré altibajos y seguro que en algún momento ganas de tirar la toalla, y por eso quiero hacerlo público.

Tanto que se transformará en un reto público que anunciaré el próximo jueves, para acabar el año con energía.

Hasta entonces, ya sabes, ten mucho cuidado ahí fuera.