Lo reconozco, siento un poco de vértigo. Aunque la vida se ha especializado en darme patadas en el culo y sinsabores en los últimos tiempos, por una vez las piezas están cayendo donde se supone que deben hacerlo. ¿No te ocurrido alguna vez que sientes que algo grande va a suceder? Yo llevo unos días así, porque por fin las cosas están saliendo como deben. Eso no quita para que siga teniendo los mismos problemas que antes, pero el futuro pinta cada vez mejor.

Y eso que no he podido aprovechar una gran oportunidad que pasó por mi lado, por el hecho de no tener titulación superior. Porque en este país nos las queremos dar de modernos, pero más de veinte años de experiencia no valen nada si no tienes un trozo de papel que certifique que hace años estudiaste algo que nada tenía que ver con tu actual trabajo. Mira, otro reto para 2021: averiguar cuántos créditos me quedan y terminar la carrera. Quién sabe, como han cambiado de planes varias veces (al menos dos que yo sepa), puede que hasta me sobren créditos y no necesite ni dar clases.

En fin, soy de los que piensan que agua pasada no mueve molino, así que he cambiado el chip y me estoy concentrando en aquello que venía consiguiendo por mí mismo. Por primera vez en mucho tiempo, no hay problemas gordos a corto o medio plazo en el horizonte, así que es el momento para trabajar, no de dormirse en los laureles. Sigo teniendo por delante el Reto de las 365.000 palabras, que en febrero ha ido mucho peor que enero, pero me quedan unos días para remediarlo en todo lo posible. Y en cuanto complete alguno de los trabajos alimenticios que tengo pendientes, voy a ponerme a escribir más todavía.

Porque cada vez tengo más claro que la crisis en la que nos estamos metiendo va a ser más larga y dura que la de 2008. Y cuando por fin empecemos a levantar cabeza en unos años, nos vamos a topar de bruces con otra crisis más dura por la caída global de la producción de petróleo (como avisan desde hace tiempo en The Oil Crash) y ahí sí que las vamos a pasar canutas de verdad. Para cuando llegue ese momento, tengo que haber construido un catálogo decente, que me permita a mí y mi familia sobrevivir a todo lo que se nos viene por delante.

De ahí el vértigo que comentaba al principio. Estoy firmemente convencido de que con la autopublicación uno se puede ganar la vida decentemente. Conozco varios escritores que lo hacen, y alguno de ellos muy cercano. Este último no llega todavía a vivir solo de esto, pero ya llega al salario mínimo con sus libros, y me refiero al actual, el de 950 euros. Hay que trabajar mucho para ello, pero no es imposible llegar a esas cifras y superarlas. Lo único que hay que hacer es escribir, publicar y repetir el proceso. Con todo, el miedo siempre sigue ahí. ¿Qué pasa si no logro terminar este libro? ¿Qué pasa si lo publico y nadie lo compra? ¿Qué pasa si…?

Esos miedos son perfectamente normales. Los tengo yo, los tienen todos los escritores noveles, y seguramente muchos de los consagrados. Lo bueno es que se pueden combatir a través de la rutina, la fe en el trabajo bien hecho, y la constancia para continuar trabajando hasta alcanzar tus objetivos. Y confíar en el proceso, porque escribir siempre es mejor que no escribir. Puede que te parezca muy arriesgado, que es lanzarse al vacío. Comprendo tu reticencia. La caída hasta el fondo es aterradora y el impacto con el suelo ni te cuento. Pero, recordando una inmortal historia de The Sandman, cuanto te arriesgas y saltas al vacío, puedes caer, pero a veces, puedes volar.

Ya sabes, ten mucho cuidado ahí fuera.