Los escritores —creo que ya lo he comentado en alguna ocasión— somos terriblemente inseguros por naturaleza. 

Forma parte de nuestro ser, y creo que solo se te quita cuando acumulas décadas de experiencia, títulos publicados y un sillón en la Real Academia de la Lengua.

En cualquier caso, eso hace que seamos muy receptivos a cualquier halago. Y nos comportamos como un gato. 

Cuando nos tienden la mano en forma de bonitas palabras en una reseña, tendemos a desconfiar y nos cuesta acercarnos.

Pero si los halagos continúan, terminamos en los brazos figurados de quien nos habla, ronroneando como un gatito.

De la misma manera, podemos ser terriblemente huidizos o agresivos con quienes nos han atacado. A veces hasta sacamos las garras para defendernos, aunque su efecto sea más moral que otra cosa.

Eso sí, a pesar de esas similitudes, hay una diferencia muy grande entre gatos y escritores.

Un gatito siempre será infinitamente más achuchable.

Mañana, más. ¡Feliz escritura!

Imagen: Roxanne Desgagnés en Unsplash