Este pasado mes de abril escribí mucha ficción: 27.804 palabras para ser exactos. Puede que para algunos sea muy poco y para otros una enormidad, pero es lo que hay. Y lo cierto es que no debería quejarme, es mi segundo mejor mes desde que empecé a escribir. Puedes repasar mis balances y verlo con tus propios ojos, yo tengo una bonita tabla de excel con la que puedo verlo de un vistazo.

Pero esa tabla también me dice que es el mejor mes desde noviembre de 2014, cuando participé en el NaNoWrimo. O que mi anterior segundo mejor mes fue en julio de 2014, con algo más de 25.739 palabras de ficción. O que es la primera vez que escribo más de veinte mil palabras desde abril de 2015, que además fue el único mes en todo el año que superé esa cifra. Todas fechas muy lejanas en el tiempo, demasiado.

Vamos, que me he dormido en los laureles, y eso también puedes verlo en mis balances.

Sí, he tenido muchos cambios en mi vida en los últimos meses, pero eso solo explica las cosas hasta cierto punto. Un antiguo jefe mío decía que puedes ofrecer resultados u ofrecer excusas, pero no las dos cosas a la vez. Y creo que llevo bastante tiempo ofreciendo excusas.

Por eso, llevo ya unas cuantas semanas tomándome la escritura como un trabajo, sentándome en la silla aunque no me apetezca y echando horas y horas escribiendo. Gracias a eso logré escribir más, pero tengo que ser más disciplinado. Escribo tres mil palabras —mi nuevo objetivo diario— durante un par de días y luego hago poco o nada durante cinco. En ocasiones, esa falta de escritura está justificada porque las tareas de la vida real tienen prioridad. Otras es simplemente indolencia.

Con todo, funciona. Incluso a medio gas, en lo que va de mayo llevo escritas más de quince mil palabras. De hecho, he puesto el listón tan alto para que los días buenos compensen aquellos que no escribo o no me rinde. De esta forma, me aseguro un buen número a fin de mes. Y lo más importante, también me aseguro terminar Prisioneros del Futuro, que lleva camino de convertirse en mi libro más largo y de parto más difícil.

En mi jornada actual, cada día laborable me siento frente al ordenador sobre las ocho u ocho y media de la mañana y permanezco frente a él hasta la una o una y media, según. Esas cinco horas a veces van directas a la escritura —y esas son jornadas de tres mil palabras— o, más a menudo, ocupo una parte de ese tiempo en internet y otras cuestiones. En las tardes, echo dos o tres horas más, dependiendo de cuánto me falte para llegar a mi objetivo, y si tengo o no otras cosas que hacer. Los fines de semana me los tomo con más calma y los dedico a preparar entradas como esta o planear los siguientes pasos de mi carrera.

Esos pasos están bastante claros y son ambiciosos. Si cumpliera al 100% con el ritmo de escritura que quiero conseguir, tendría al menos 60.000 palabras nuevas de ficción cada mes. Con eso puedo perfectamente publicar un nuevo libro mes sí, mes no, o incluso todos los meses, pues tengo intención de no volver a escribir tochos de más de 100.000 palabras en una buena temporada.

Para ello tengo un calendario en Scrivener con todas las historias que me apetecería escribir de aquí a fin de año. Son varios libros de ficción, junto a otros proyectos como el postergado Cómo autopublicar tu libro y otros que no puedo anunciar todavía. Si cumplo con ese calendario, creo que en unos meses estaré muy cerca de cumplir el sueño de vivir de lo que escribo.

Quizá sea demasiado ambicioso, pero después de mi confesión de hace un par de semanas he estado pensando y estudiando cómo lograrlo. Lo tengo muy claro y tan solo tengo que seguir el camino que me he marcado. Espero conseguirlo, aunque no te voy a ocultar que —hablando mal y pronto— estoy acojonado.

Es como una gran montaña que tienes que escalar. Puedes rodearla y fingir luego que eres un gran escalador, pero las diferencias serán visibles para todo el que sepa ver, o simplemente, cuando te pregunten cómo lo hiciste. No existe alternativa a escalar la montaña. La mayoría de la gente ve la montaña y se rinde antes de empezar. Otros comienzan a escalarla, pero se quedan en las laderas. Algunos llegan a la cumbre, ven que tras esa montaña hay otra que también tienen que escalar y lo dejan. Unos pocos escalan dos o tres montañas y luego lo dejan. Y otros, todavía menos, apretamos los dientes y afrontamos otro tramo más de la montaña, deseando hacer cumbre para iniciar la siguiente escalada y mirando hacia abajo cada pocos metros, sin creernos que hayamos llegado hasta ahí.

¿Qué esperabas? Si fuese fácil todo el mundo lo haría.

¡Feliz escritura!

Imagen: Evelyn Paris vía Unsplash.