Una vez más, los planes saltan por los aires y tengo que escribir una entrada que no estaba dentro de mi cuidadosa planificación. ¿Y sabes qué? No pasa absolutamente nada, porque no se trata de ejecutar planes a la perfección, sino de hacer el trabajo. Y en esta bitácora, mi trabajo es publicar lunes y jueves.
Permíteme que hoy la entrada pueda ser un poco más personal, porque la semana ha sido movidita. Mis trabajos alimenticios me han mantenido despierto hasta altas horas de la madrugada, para poder cumplir con las fechas de entrega y he arrastrado unos cuantos días durmiendo cuatro horas. A esos trabajos alimenticios hay que sumar el trabajo como escritor con el reto de las 365.000 palabras que afrontaré después de terminar y publicar esta entrada, y que marcha a buen ritmo (más sobre eso la semana que viene). Y no olvidemos las labores de la casa, con una familia que alimentar y atender, incluyendo los animales y una bebé de cinco meses que cada día tiene más genio y demanda más atención.
Por si fuera poco, si nada se tuerce, la próxima semana comenzaré con otro trabajo alimenticio que va a demandar todavía más tiempo de mi ya escaso horario, pero al menos me lo van a pagar muy bien y tiene visos de continuar en el largo plazo. Así que —cruzo los dedos—, parece que se va a acar el estar vigilando cada euro que se gasta en la casa y tener que hacer malabares con los declaraciones trimestrales como autónomo.
¿A donde quiero llegar con esto? A que sería muy fácil sentirme abrumado por todo lo que tengo que hacer. Créeme, lo estoy muchas veces a lo largo del día. Pero he descubierto que la única forma de sacar todo adelante es mental. En lugar de lamentarme y buscar modos de aplazar cosas, el modo en el que consigues hacerlas es… haciéndolas. Aprietas los dientes, olvidas todos los fuegos que arden a tu alrededor y te concentras en una sola de las cosas que tienes que hacer hasta que la terminas.
No hay ningún truco. Es todo mental. Como digo en el título del post, todos los días serán días de mierda si tú lo permites, y así me sentía yo antes de empezar a escribir estas líneas. Tenía por delante miles de tareas: escribir esta entrada, cumplir con mis obligaciones como escritor, echarle horas a mis trabajos alimenticios, atender a los animales y la familia, salir para hacer compra y recados… Son muchas tareas que hacer y no podré sacar ninguna adelante si bajo los brazos y me rindo de antemano.
A ti que me estás leyendo, no dudo que tu situación es muy distinta (lástima que el sarcasmo no se pueda transmitir adecuadamente con palabras), pero la solución es la misma. Deja de lamentarte y ponte a trabajar. A todo lo que me cuentes y me puedas explicar sobre tu situación yo puedo contestar con algo parecido y, a no ser que hablemos de cuestiones de salud, todo tiene arreglo y todo se puede solucionar si trabajas para ello.
Así que deja de leer y ponte a trabajar, en tu escritura o en lo que sea, pero trabaja. Es lo que voy a hacer yo ahora.
Ya sabes, ten mucho cuidado ahí fuera.
Como desarrollador de sistemas relativamente críticos, de vez en cuando (muy de vez en cuando, también es cierto), llega un cliente con un problema gordo debido a un bug en el código. A veces es una chorrada y en diez minutos está arreglado, pero otras no sabes por dónde meterle mano o bien porque ni siquiera sabes cómo pasó o bien es un fallo en las partes más complejas del código y cualquier cambio ahí puede terminar en un desastre mayor.
Hace unos años, lo primero que hacía era agobiarme. Agobiarme mucho. Que si terminar muy tarde, que si currar el finde, que si me tendrían que traer la cena al curro, trasnochar hasta las tantas, bla bla bla… Y con toda esa mierda en la cabeza, a solucionar el tema.
Ahora no, ahora, si empieza el agobio lo primero que hago antes de comenzar es mentalizarme en lo peor, y cuando estoy completamente tranquilo y en modo zen, empiezo.
Mano de santo, oye.
Tú que si sabes, Rafa. Eso es exactamente lo que me pasa a mí un montón de veces, pero ya voy aprendiendo a relativizarlo todo y simplemente trabajar, que al final es como salen las cosas, y no cabrearme cuando lo que no puedo controlar me jode los planes. Hoy por ejemplo, mi plan era escribir la entrada, escribir La Guerra del Ayer y después ponerme con los trabajos alimenticios, y atender a la familia. Al final terminé la entrada y tuve que ponerme con cuestiones de trabajo, luego la familia, luego otras tareas, y al final he escrito en La guerra del Ayer ahora, entre las diez y las once de la noche. Pero he escrito, cuando otras veces habría dado el día por perdido. Solo tengo que recordarme esto todos los días y al final lograré hacer algo, jejejeje…
¡Un abrazo y gracias por el comentario!
Sólo curiosidad…. ¿Qué son esos «trabajos alimenticios»? ¿Eres cocinero? ¿Nutricionista?
Jajajaja, nada que ver, Pau. Los «trabajos alimenticios» son los que me dan de comer, o en otras palabras, los que generan ingresos para mantenerme a mí y a mi familia, ya que con los libros de momento solo da para mantener mis webs y darme algún capricho de vez en cuando, que no es poco. Y soy periodista autónomo, por cierto 😉
Ya entiendo… jejejeje… ok, ok… Yo sí que soy nutricionista… jajajaja