Storyteller

Uno de los últimos narradores de historias contando una en el Café an-Naufara de Damasco. Imagen de travel aficionado en Flickr.

En los últimos tiempos estoy pensando mucho en las historias. No es que cada vez esté más interesado en los fundamentos de estas, que también, sino que cada día veo con más claridad que los seres humanos necesitamos las historias.

Desde que los primeros contadores de historias ejercieron su oficio frente a una hoguera, la humanidad ha necesitado de historias para satisfacer sus ansias más primordiales. Necesitamos conocimiento, seguridad, esperanza; todo ello nos lo proporcionan las historias, tanto es así que lo tenemos codificado en nuestros genes. Incluso antes de entender el lenguaje nos fascina el sonido de una voz, como puede corroborar cualquiera que haya tenido a un bebé en brazos. Y cuando estos crecen, la capacidad de concentración de la que hacen gala cuando escuchan un cuento demuestra el poder de una historia.

Tanto o más que nuestra capacidad de usar herramientas, las historias nos definen como especie.

Por eso, jamás has de hacer caso a los agoreros que se lamentan del mal estado del libro frente a otras formas de entretenimiento. El libro lleva con nosotros quinientos años y, sea de forma electrónica, en audiolibro o en papel, seguirá con nosotros durante unos cuantos siglos más. El cine o los videojuegos pueden darnos historias memorables, pero no existe nada capaz de superar la inmersión que genera la palabra a la hora de meterte en una historia. Es algo que tenemos codificado en nuestros genes por miles de años de evolución y que no va a desaparecer de una generación para otra.

Los seres humanos siempre querrán historias. Y aquellos que puedan contar historias siempre encontrarán un público ávido que quiera más. Podrá ser más o menos amplio dependiendo del tipo de historia que quieras narrar, pero tu público existe y quiere historias igual que las querían nuestros ancestros ante la hoguera. Las necesidades de aquellos primeros escuchadores son las mismas que tiene el público moderno y las enumeré hace unas líneas.

Necesitamos conocimiento para afrontar el mundo que nos rodea. Tenemos que saber cómo salir de la situación complicada en la que estamos o cómo procesarla si no podemos controlarla. Las historias nos proporcionan marcos de referencia de los que podemos extraer el conocimiento que necesitamos. Puede que Don Quijote nunca haya sido real, pero nos enseña cómo actuar ante quienes creen ver gigantes donde solo hay molinos.

Necesitamos seguridad para vivir sin miedo y actuar con la certeza de que nuestras acciones tendrán el resultado que deseamos. A través de las historias, podemos ver el resultado de esas acciones en la vida de los personajes y cuáles son las consecuencias de sus actos. Eso nos proporciona certezas y nos ayuda a actuar de una manera u otra. Cada vez que nos encontramos aislados y no podemos pedir ayuda a nadie, sabemos que podemos salir de esa situación con ingenio y perseverancia; al fin y al cabo, si pudo hacerlo Robinson Crusoe, nosotros también.

Necesitamos esperanza para sobrellevar nuestra existencia, que por lo general es mucho más gris y anodina que la que aparece en las historias. Las historias nos permiten llenar ese vacío y asistir a finales felices en los que el personaje más insospechado reúne el coraje suficiente para convertirse en un héroe. Si a pesar de todos los obstáculos Frodo Bolsón pudo llegar hasta el Monte del Destino, nosotros también podemos.

Conocimiento, seguridad, esperanza. No son poca cosa para obtener de las historias. Por eso, las historias importan. Y aquellos que sean capaces de contar historias tienen un papel esencial en nuestra sociedad. Nunca subestimes el poder de una historia ni de aquel capaz de crearlas.

«Cuéntame un hecho y lo aprenderé. Cuéntame una verdad y la creeré. Pero cuéntame una historia y vivirá por siempre en mi corazón». Proverbio Hindú.

¡Feliz escritura!