Creo que todos los escritores noveles hemos intentado jugar con el lenguaje, crear complicadas estructuras lingüísticas que dejen boquiabiertos a nuestros lectores y demuestren nuestra habilidad con las palabras.
Yo lo hacía al principio, luego he ido simplificando mi prosa y creo que ha sido para mejor.
Porque los lectores no quieren trabajar.
Si recuerdas lo que dije el otro día, tu trabajo es entretener al lector. Sumérgelo en una historia atrayente y haz que se olvide del mundo real por un rato.
Pero si en lugar de eso te dedicas a hacer malabares con el lenguaje, de forma que tenga que repasar lo que acaba de leer para entenderlo, no estás haciendo tu trabajo.
Todo eso podrás hacerlo más adelante, cuando los lectores te conozcan. Si tu nombre es James Joyce, la persona que te va a leer ya está más que predispuesta a poner de su parte para entender lo que estás escribiendo. Si no te llamas James Joyce, no escribas como él.
Mejor concéntrate en crear una buena historia y transmitirla con un lenguaje claro, en el que el lector pueda sumergirse y olvidar que está leyendo. Quizá puedas insertar alguna floritura por el camino, pero no lo conviertas en una costumbre.
Los lectores te lo agradecerán.
Mañana, más. ¡Feliz escritura!
Imagen: Rhett Wesley en Unsplash
Hola Miguel Ángel:
Uff, la problemas que me da esto al principio del curso con algunos de mis alumnos (sobre todo con los que solo leen ficción literaria). Con toda la mano izquierda de la que soy capaz, les digo que el lector no se va a parar a traducir frases, que lo que quiere es meterse en una historia que le haga perder la noción del tiempo sin hacer esfuerzo. Una vez que saben contar historias y han reconocido su estilo natural (que se parece mucho a cómo hablan), pueden elaborar más el estilo, aprendiendo de otros autores. Les añado que el estilo puede ser complejo, pero que siempre debe ser claro.
Abrazos.
Tienes toda la razón, Carlos. Aprender que lo que espera el lector y lo que uno cree que espera no son lo mismo es la primera lección de humildad de todo escritor novel. Cuanto antes la aprendan, antes podrán dedicarse a escribir de verdad.
Gracias por la visita y el comentario. ¡Un abrazo!
En una buena novela prima la trama, que la historia enganche y entretenga, la intriga y el suspense, los puntos de giro, etc. Pueden utilizarse algunos recursos, pero siempre que estén al servicio de la trama, que es lo principal. Cuando leo, me gusta encontrarme de vez en cuando (pero sin abusar) con algunas comparaciones o metáforas que me ayuden a visualizar algo (por ejemplo, algo así como «un ordenador que ronronea como un gato» o de ese estilo). Son recursos que no requieren esfuerzo al leer y ayudan a convertir las letras en imagen. También puede utilizarse cierto tipo de lenguaje para caracterizar un personaje. Nuestro amigo Tenok Pol habla de una forma particular, agotaría al lector si todos los personajes hablaran así, pero al ser solo uno el efecto es muy positivo.
Sin embargo, en el cuento cabe todo tipo de experimentación. Un cuento corto puede ser pura trama, pero también puede ser un excelente laboratorio para probar diferentes recursos estilísticos. Algunos funcionan muy bien y son sencillos de aplicar, como por ejemplo la aliteración (usar oclusivas en escenas donde haya golpes o disparos y fricativas para escenas más oníricas, por ejemplo, es un ejercicio divertido). Un cuento sí puede subordinar el contenido a la forma.
Cierto, en los relatos cortos tienes un poquito más de cancha para la experimentación, pero creo que se aplican los mismos principios. Para mí, en mi concepción de la ficción escrita, la forma no puede subordinarse al contenido. Puedes utilizar la forma para apoyarlo, pero el contenido siempre va primero y la forma debe servir a este, no al revés. Y creo que hay muchos más lectores que priorizan el contenido que los que priorizan la forma. Esa es mi opinión, claro está, pero no tengo otra 😀 ¡Gracias por la visita y el comentario, Joseto, un abrazo!
En textos de 5000 palabras o más estamos claramente en el reino de la trama, según mi opinión. Los cuentos “milpalabristas” (de mil y pico palabras, entre 1000 y 2000) y los muy breves (de menos de 1000) pueden elegir entre el reino de la trama o el reino de la forma. Aquí un micro en este sentido que escribí hace unos años y donde predomina la forma.
“Carnamiau”
Llovía en carnaval y mi disfraz de gato viejo, hecho añicos, apenas me protegía de las chirigotas. Mi atuendo felino era tan fino que atraía viento y percusión; tirité como un títere y di un estornudo, era como ir desnudo; tampoco era mullido. Oí un maullido. Me giré hacia el sonido y dos pupilas verticales me encontraron, demorándose en mi piel, buscando el tercer pie. Un flechazo, ya no hay frío, ronroneo, te deseo. Jamás enterraremos la sardina.
¡Saludos y gracias por tu blog!