El oficio de escritor tiene mucho de romántico, pero la realidad es que el romanticismo no te lleva a ningún sitio. Todos tenemos la imagen del escritor que espera a que la musa aparezca y le inspire una novela superventas que sirva para no volver a trabajar nunca más. La realidad es bien distinta. La musa solo viene cuando trabajas todos los días, y durante bastantes horas; incluso cuando has terminado tu novela, nada te garantiza que alguien vaya a leerla, por una razón muy sencilla.

Nadie te debe nada.

Esto, que es una verdad como un templo en la mayoría de ámbitos de la vida diaria, lo es más todavía en la escritura. ¿Has escrito una novela? Estupendo, puedes darte tú mismo la palmadita en la espalda. ¿Ah, es que pretendías que comprase tu novela? Entonces debes darme una buena razón para que tu novela destaque entre todos los millones que hay. ¿Tiene una buena portada? ¿Has escrito una sinopsis con gancho? ¿Te has preocupado de corregirla y editarla? ¿La has ubicado en el género y la categoría correcta? ¿La historia es buena? ¿Tú, como lector, comprarías tu libro?

Incluso aunque respondas de forma afirmativa a todas esas preguntas, eso no implica que nadie vaya a comprar tu novela. De hecho, si es tu primera novela, en condiciones normales será mala, porque habrás cometido todo tipo de errores de principiante, como el exceso o la falta de descripciones, el punto de vista que salta de un personaje a otro en la misma escena o agujeros en la trama por los que puede pasar un camión… Nos pasa a todos, incluso los mejores escritores que puedas recordar han atravesado esa fase.

Yo mismo soy un ejemplo de ello. En mi opera prima, La cosmonave perdida, hay muchas cosas que hoy las leo y me avergüenzo, y me ocurre lo mismo con el resto de mis textos. Algunas pude corregirlas (como el uso de guiones en vez de rayas), pero otras he preferido dejarlas, porque tampoco tiene mucho sentido vivir en el pasado. Siempre hay que pensar en el próximo trabajo, y quiero pensar que mis siguientes libros han sido cada vez un poquito mejores. Al menos, es la impresión que me llevo de lo que me dicen mis lectores.

Pero nunca olvido que nadie me debe nada. Ninguno de mis lectores (pasados, presentes y futuros) está obligado a comprar mis libros. No tengo la presunción de pensar que mis textos son una revolución en el mundo de la ciencia ficción literaria y no trato a ninguno de los lectores con los que me relaciono en mi plataforma de autor como una mera fuente de ingresos. Son mis clientes, son mis cómplices y son mis jefes. Solo manteniéndolos satisfechos puedo albergar alguna esperanza de ganarme la vida con lo que escribo.

Nadie me debe nada; en realidad, soy yo el que debo todo. En primer lugar a mi pareja, que es mi inspiración y mi apoyo constante, además de mi primera lectora. Y después, al resto de mis lectores, con los que tengo una deuda que nunca seré capaz de pagar. Gracias a ellos, gracias a ti, puedo intentar labrarme una carrera como escritor, algo que hace pocos años ni siquiera me atrevía a soñar.

Será duro, pero estoy dispuesto a trabajar ocho días a la semana para conseguirlo. Porque sé que solo podré lograrlo a través de trabajo, esfuerzo y una pequeña dosis de suerte; no hay atajos ni trucos, y si no lo hago yo, nadie lo hará por mí. El éxito no es fácil de conseguir, si lo fuese todo el mundo sería un escritor de éxito. Y mis amigos escritores de La Alianza también lo saben; a ellos también les debo mucho, más de lo que piensan.

Nadie me debe nada, pero está bien, porque solo cuando dependes de ti mismo es cuando puedes dar lo mejor de ti.

Imagen: Joshua Earle vía Unsplash.