En esta bitácora ya he hablado en alguna ocasión de cómo publicar ya no es un trabajo, sino un botón, y la primera consecuencia de esto es que el número de creadores de contenido aumenta de manera exponencial. Sin embargo, muchos creadores parece que no se dan cuenta de ello y se siguen comportando como consumidores de contenido. Evidentemente, puedes ser creador y consumidor al mismo tiempo, pero de cara a la marca personal que dejas en los que te rodean es mejor que te centres en aquello que te hace único.

Pista: consumidores hay cientos de millones, incluso miles. ¿Creadores? Bastantes menos.

Se trata de una simple cuestión de lógica. Como consumidor de contenidos te va a ser mucho más difícil distinguirte y destacar entre todos los demás. Hay decenas, cientos, miles de páginas con reseñas y críticas de libros, películas, música o la expresión cultural que prefieras. De la misma forma, en redes sociales encontrarás decenas, cientos, miles de curadores de contenidos, profesionales y aficionados, que seleccionan y comparten todo tipo de historias.

¿De verdad piensas que vas a lograr distinguirte haciendo reseñas o compartiendo los blogs que te gustan en twitter? Puede que lo consigas entre una comunidad más o menos pequeña de consumidores que no tengan acceso a las mismas fuentes que usas, aunque no podrás llegar mucho más allá. Seguir por ese camino supone (parafraseando a Abraham Lincoln) que podrás satisfacer a algunos todo el tiempo o a todo el mundo por algún tiempo, pero no podrás satisfacer a todo el mundo todo el tiempo.

La única manera de conseguir distinguirte es haciendo aquello por lo que todos los escritores buscamos distinguirnos: crear contenidos, y no consumirlos y/o distribuirlos. Por eso, el mejor uso que puede hacer un escritor de su tiempo es escribir. Cuando escribes, estás creando contenidos para esa masa ávida de consumidores; estás ampliando tu catálogo que es la mejor manera de promocionar tus libros; estás produciendo algo que tiene valor y lo seguirá teniendo durante toda tu vida y más allá.

De verdad, cuando leo en algunos sitios que el escritor independiente debe dedicar el 50% de su tiempo a escribir y el otro 50% al marketing, no sé si echarme a reír o echarme a llorar. Entonces caigo en la cuenta de que la situación es muy diferente cuando el escritor quiere vivir de los libros que escribe, como es mi caso, y cuando quiere ganarse la vida ofreciendo servicios en el ecosistema del libro. Que es igual de legítimo y loable, por cierto.

Lo que ocurre es que un servidor, siguiendo la metáfora de la fiebre del oro que comenté hace unas entradas, está en esto para encontrar oro, no para vender picos a otros mineros o enseñarles cómo montar su explotación. Esa es la razón por la que sostengo contra viento y marea que lo mejor que puede hacer un escritor con su tiempo es escribir. Sé que me va a costar mucho y que nada garantiza que vaya a conseguirlo; sin embargo, cada día soy más optimista, porque veo a otros escritores que lo han conseguido (Fernando Trujillo o Robert J. Crane, por citar uno español y otro americano) y cuyo éxito se basa en un catálogo amplio de títulos, no el número de seguidores en Twitter.

Como decía al principio, consumidores de contenidos hay muchos; creadores, bastantes menos. Y solo hay un Miguel Ángel Alonso Pulido capaz de escribir los libros que he escrito y escribiré. Lo mismo ocurre en tu caso. Los libros que has escrito y escribirás solo pueden salir de ti, y si no lo hacen, el mundo será un poco más pobre.

Y tu vida será mucho más triste y vacía, pues siempre estarás preguntándote qué habría pasado si te hubieras dedicado por completo a la escritura en lugar de dividir tu tiempo con otras tareas.

Pero nadie lo sabrá nunca si sigues consumiendo en lugar de crear.

Crea como si te fuera la vida en ello (que en cierto sentido es verdad).

¡Feliz escritura!

Imagen: Neil Godding vía Unsplash.