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Desde que recuerdo, siempre quise ser escritor. Me encantaba imaginar historias con personajes de los comics o los libros que leía y hacerles correr todo tipo de aventuras. Aquellos textos primerizos estaban muy influenciados por lo que se leía en mi casa, es decir, las bibliotecas de mis hermanos mayores (Teo, José, ¡hola!) y en esas lecturas había mucha y muy buena ciencia ficción.
Asimov, Clarke, Heinlein, Dick, los grandes autores clásicos del género, mezclados con otros gigantes como Tolkien o Lovecraft y otras lecturas como los comics de Marvel o DC: todas esas lecturas forman el sedimento de mi carrera y son las que me han hecho elegir ser escritor de ciencia ficción.
La ciencia ficción es un género muy agradecido y también muy complicado. Es agradecido porque no tienes límites: puedes situar tu historia en la antigua Roma o en la nebulosa de Orión, en una estación espacial o en un pueblito de Cáceres. Todo el tiempo y el espacio están disponibles para tu imaginación. Pero esa libertad es la que hace que sea un género complicado. Si en tu historia puede pasar cualquier cosa, debes hacer que todo lo que pase en tu historia tenga una explicación, porque el lector de ciencia ficción es un lector muy exigente.
Mucha gente cae en el error de pensar que los lectores de ciencia ficción tragan con cualquier cosa. Nada más lejos de la realidad. En otros géneros, sus autores pueden aprovechar los conocimientos compartidos con sus lectores. Todo el mundo tiene una imagen de cómo es un castillo o un avión comercial, y no es necesario ni describirlos. «Jack cabalgó hacia el castillo que aparecía en el horizonte«. Mientras no llegue al castillo, no hace falta describir más y si Jack se desvía por cualquier motivo, ni siquiera hará falta. «Jack dirigió su cosmonave hacia la estrella que aparecía en sus sensores«. Todo el mundo sabe cómo es una estrella, pero el lector de ciencia ficción no se conforma. ¿Es una enana blanca? ¿Una gigante roja? ¿En qué punto se encuentra de la secuencia principal? Hay decenas de tipos de estrellas y aunque Jack no llegue a esa estrella, el lector de ciencia ficción busca esos detalles.
Se llama CIENCIA Ficción
Lo hace porque una de las diferencias fundamentales entre la ciencia ficción y cualquier otro género es que, por muy descabellada que sea su premisa, siempre debe estar basada en el conocimiento científico actual y desarrollarse de manera lógica. Tanto Edgar Rice Burroughs con la saga de aventuras de John Carter como Kim Stanley Robinson con la Trilogía Marciana, escribieron sus libros basándose en el conocimiento de Marte que existía en sus respectivas épocas. En ambos casos, ese Marte es el Marte «real» para sus contemporáneos y por eso, ambas obras son ciencia ficción.
Ahora bien, hoy ya no podemos escribir historias situadas en un Marte con atmósfera, como hizo ERB. El lector de ciencia ficción actual, que conoce por los avances científicos que la tenue atmósfera de Marte no puede sostener vida, no aceptará un relato de esas características. Como fantasía sí, pero no como ciencia ficción. Para que pueda ser considerada ciencia ficción, deberíamos situarla en otro planeta fuera de nuestro sistema solar. Así evitamos contradecir lo que la ciencia conoce de Marte.
Ni siquiera cuando, como en mi caso, la historia transcurre en una galaxia distinta a la nuestra podemos escapar a esa regla. Aunque haya aspectos como viajar más rápido que la luz, que contradicen el conocimiento científico vigente, el lector de ciencia ficción también está dispuesto a la suspensión de la incredulidad, siempre que se le ofrezca un motivo plausible. En mis novelas, la velocidad hiperlumínica se consigue gracias a la tecnología de los motores KS y el lector de ciencia ficción está dispuesto a aceptarlo. No importa si las reglas que construyes para tu mundo son arbitrarias, siempre que tengan coherencia interna y sean lógicas e inmutables.
Por qué elegí ser escritor de ciencia ficción
Escribo ciencia ficción por la libertad que me ofrece para contar historias. En este inicio de mi carrera todavía me limito a aventuras de corte clásico, pero no voy a quedarme ahí. Hay muchas historias en mi cabeza a las que necesito dar salida y poco a poco lo iré consiguiendo.
Escribo ciencia ficción porque me permite aprender cosas nuevas. Desde que me dedico a escribir, he tenido que documentarme sobre la escala del universo observable, los tipos de galaxias, cómo se forma una tormenta tropical, cuál es la velocidad de caída libre de un ser humano o qué tamaño puede alcanzar una explosión nuclear. Y acabo de empezar.
Escribo ciencia ficción porque hay un nicho de mercado que quiere leer ciencia ficción y no la encuentra. El auge de la autopublicación está sacando a la luz a muchos autores nuevos, pero muy pocos escriben ciencia ficción (debe ser que no está de moda, como la literatura erótica). Pero ese nicho existe y gracias a él, La Cosmonave Perdida lleva casi todo el mes de marzo en el primer puesto de ventas en su categoría. Hay lectores que quieren ciencia ficción y están dispuestos a comprarla a un precio razonable.
Finalmente, escribo ciencia ficción porque escribo lo que me gustaría leer, y a mí me gusta leer ciencia ficción.