Hoy se celebra el Día Internacional del Libro y esta celebración me ha llevado a pensar sobre qué es un libro hoy en día. ¿Tiene sentido delimitar el libro al objeto físico cuando es consumido en forma electrónica cada vez más? ¿Qué ocurre con los audiolibros? La respuesta a estas preguntas, como muchas otras, se encuentra en el diccionario, cuyas dos primeras definiciones os recojo aquí:
1. m. Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen.
2. m. Obra científica, literaria o de cualquier otra índole con extensión suficiente para formar volumen, que puede aparecer impresa o en otro soporte.
La primera definición nos remite al libro impreso como soporte físico, pero es la segunda la que más me interesa. porque indica que un libro es una obra de extensión suficiente que puede aparecer impresa o en otro soporte. La clave de esta definición es «otro soporte», pues con ello legitima el libro electrónico y el audiolibro. Un PDF puede ser un libro, igual que un archivo MP3, todo depende de su contenido.
Habrá algunos que piensen que esta definición generaliza demasiado, que si a cualquier cosa le podemos llamar libro estamos trivializándolo, minimizándolo incluso y que al abrir tanto la definición, damos cabida a todo tipo de material de baja calidad. Pero es que hace 10 años, cuando no existían libros electrónicos y los audiolibros eran un producto muy minoritario, también se publicaba «todo tipo de material de baja calidad». El elitismo ha existido siempre y los libros eran —son— un objeto de consumo masivo y cotidiano, por lo que siempre habrá quien considere que está desvirtuado y que eso que no cumple sus requisitos no son libros. Pero la verdad es que es mucho más simple que eso.
El libro, en cualquiera de sus formatos, es solo un soporte para una historia. Lo que debe importarnos son las historias, no el modo en qué se transmiten.
Hemos perdido hace poco a Gabriel García Márquez, una de las figuras más importantes de las letras hispanas de todos los tiempos. Nos queda su legado, con algunas de las obras más bellas que puedes leer en castellano y podemos disfrutar de ellas en todos los formatos posibles. De una de sus obras cumbre, Cien Años de Soledad, puedo comprar una lujosa edición conmemorativa en tapa dura o un tomo más barato en rústica. También puedo descargarlo en formato electrónico para leerlo en cualquier pantalla o escuchar el audiolibro en mi smartphone o mi reproductor de MP3.
En cualquiera de esos formatos, la historia sigue siendo la misma, exactamente la misma.; lo que cambia es la experiencia de cada lector, pero eso ya ocurría con los libros impresos, así que no tiene nada que ver con el formato. Por eso decía hace poco que el libro tiene un futuro brillante, porque los nuevos modos de consumir historias pueden crear nuevos lectores entre aquellos que no leían, y porque aquellos que ya somos lectores ávidos podemos leer mucho más y mucho mejor.