La mente humana es complicada. Creo que debe ser la perogrullada más grande que he escrito nunca en esta bitácora, y a pesar de ello nos engañamos constantemente ocultándonos esa simple verdad. Creemos que basta con decidir escribir todos los días para conseguirlo y con eso subestimamos el poder de nuestro cerebro para manipularnos. Y antes de que lo pienses, no. Este no es un nuevo post de excusas, aunque lo parezca.

No lo es porque sigo trabajando en La Guerra del Ayer, despacito y con buena letra, pero la vida sigue poniendo obstáculos en mi camino y y me ha parecido buena idea escribir esta entrada sobre cómo esquivarlos. O al menos, el método que estoy utilizando en este momento que puede resultar chocante, pero es efectivo. Porque, al igual que a ti, se me acumulan las cosas por hacer y las horas de sueño perdidas, por lo que tengo que estar haciendo malabares constantes para llegar a todas partes.

Todas esas tareas pendientes, de todo tipo y condición, son como pequeñas hormiguitas que demandan atención y que, en apariencia, se van acumulando hasta convertirse en minicrisis listas para explotar. Todo es importante y urgente, y cuando eso ocurre, es muy sencillo bloquearse. De ahí a quemarse solo hay un paso. ¿Cómo puedes evitarlo?

Mediante una estrategia doble: elimina tus obstáculos uno a uno y, sobre todo, nunca dejes de avanzar hacia tu objetivo final. Me explico.

En mi caso, tengo el #Reto365K que cumplir, y una novela de la que terminar cuanto antes el primer borrador para poder publicar este verano. Esos son mis objetivos finales. Los obstáculos que se me han presentando son muchos para enumerarlos todos, comenzando por las demandas de mis trabajos alimenticios: fechas de entrega, reuniones físicas o telemáticas… El día tiene 24 horas para todo el mundo, así que no hay forma de inventarse más horas; tienes que trabajar con lo que hay.

Así que para evitar bloquearme, lo que he hecho ha sido dedicarme por completo a eliminar obstáculos, y no preocuparme por la escritura. De esa forma, puedo invertir el tiempo necesario para acabar con esas tareas y cumplir las fechas de entrega, sin remordimientos. Y ahora que he eliminado uno de ellos, vuelvo a tener tiempo para dedicarlo a la ficción.

Y es que aunque no haya escrito muchas palabras en estos días, sí he estado trabajando en el libro. Quizá no pueda abrir Scrivener y dedicarme a escribir, pero sí he aprovechado otros momentos para tomar notas con papel y boli en una libreta. Tengo notas desarrollando tramas y escenas y algún esbozo de capítulo, que cuando me ponga a escribir de nuevo (esta tarde, si no hay problemas), me permitirán recuperar el tiempo perdido. Y lo más importante, me han servido para seguir avanzando y también para no perder la inercia escritora, que es lo peor que te puede pasar como escritor.

Ya sabes, si no puedes escribir porque tienes mucho que hacer, acaba con todo lo que tengas pendiente, o al menos con las suficientes tareas para liberar tiempo y espacio en tu cabeza que puedas dedicar a la escritura. No te agobies con los días «perdidos». Cuando eches la vista atrás, no importará si estuviste una semana sin escribir en marzo, sino todas las palabras que dejaste escritas a final de mes. Es tan fácil y tan difícil como eso.

Y no te olvides: mientras acabas con las hormigas que te atormentan, ten mucho cuidado ahí fuera.

Imagen: Klara Kulikova en Unsplash