En alguna ocasión he hablado en esta bitácora del bloqueo del escritor, y además te he dado la única receta infalible para vencerlo. Sin embargo, no es solo el bloqueo el que puede impedir que escribas, también puede ocurrir que estés quemado. En cualquier caso, el resultado es el mismo: no escribes. Como no escribes, te sientes culpable y esa culpabilidad te impide escribir, entrando en un círculo vicioso del que es muy difícil salir.
Pero se puede salir. Lo sé porque yo lo he hecho, y tú también puedes hacerlo.

No desfallezcas, el final del túnel está más cerca de lo que crees.
En los últimos meses he atravesado lo que podría clasificarse como un bloqueo creativo por interferencias de la vida real. He emigrado por amor a otro país y durante varios meses, la búsqueda de un empleo con el que sustentar a mi familia fue mi primera preocupación. Si sigues mis balances mensuales, sabes que eso ha repercutido muy negativamente en la redacción de mi próxima novela, una redacción que ya de por sí es complicada dada la extensión de la misma y la necesidad de cerrar la serie de un modo satisfactorio.
Con esto quiero decirte que yo también sé lo que es estar preocupado por otras cosas y tener que poner la escritura en segundo plano; también sé lo que es sentirte abrumado ante tu obra y que todo lo que escribes es una mierda; también he pasado días y semanas y meses sin escribir, sintiéndome peor cada día que pasaba; y también me he quemado y he dejado que la Resistencia me venza. Soy humano, igual que tú.
Pero también he aprendido que todo suma, y que aunque solo sean quinientas las palabras que puedas escribir hoy, son quinientas palabras que antes no tenías y que te acercan más al final de tu historia; que la inercia y la costumbre pueden llevarte muy lejos si creas un hábito de escritura y te preocupas de mantenerlo; que el escritor es el menos indicado para juzgar su propio trabajo, por lo que no debo hacer caso a mis opiniones sobre mi propia obra; y que aunque todo lo bueno se acaba, todo lo malo también lo hace y la única persona que puede pararte eres tú.
Es por eso que quiero compartir contigo unos pequeños consejos para esos momentos en los que quieres tirar la toalla. Porque los vas a tener; me gustaría que no fuera así, pero te estaría mintiendo si te dijera lo contrario. Así que cuando te dé el bajón, apúntate estos consejos.
Tu creatividad es un recurso limitado
Puede que hayas alcanzado alguna vez ese estado en el que las palabras fluyen sobre el papel (o la pantalla) y parece que podrías escribir durante horas sin que la historia se resienta. Cuando alcanzas ese estado suele ser una jornada provechosa en la que escribes más que en todos los días anteriores. El problema es que al día siguiente, parece que te falta impulso y que te cuesta volver a ese estado. O puede que directamente no tengas ganas de escribir y te tomes el día libre en recompensa por el estallido creativo de ayer. Eso te pasa porque tu creatividad es un recurso limitado.
No te enfades; no es un insulto, es la pura verdad. No eres tan creativo como crees que eres y hay un límite a lo que puedes crear cada día. ¿Por qué? Por la misma razón por la que no puedes correr una maratón hoy y otra mañana (a no ser que seas un crack como Ricardo Abad). Tu cuerpo y tu mente no están preparados para aguantar ese ritmo, así de simple.
Piensa en tu creatividad como el depósito de combustible que permite que escribas. Tienes que sacar de él para poder escribir, pero también para otras tareas que no son creativas. Si gastas el depósito en cosas que no tienen que ver con la escritura, cuando quieras ponerte a escribir serás totalmente incapaz. Piénsalo, seguro que te has encontrado en una de esas situaciones en las que después de hacer un montón de cosas no relacionadas con la escritura, el sentarte a escribir se te hacía un mundo.
El truco está en llenar tu depósito siempre que puedas y para eso tienes que leer libros que te inspiren, cuidar tus plantas o machacarte una hora en el gimnasio, todo ello vale. Cada persona tiene su propia manera de repostar combustible y tienes que aprender a reconocerla y utilizarla cuando la necesites. Solo así podrás asegurarte de no quemarte antes de empezar a escribir.
Escribe
Escribir es como cualquier otra actividad. En general, a no ser que seas un completo inútil, cuánto más escribas mejor escribirás. Ojo que no me refiero a hacer páginas y páginas solo por hacerlas, sino a escribir de verdad, y eso significa contar historias y/o transmitir emociones. Para llegar a eso, necesitas escribir mucho, mucho más de lo que imaginas.
No es ninguna tontería. Si estudias la vida de cualquier autor reconocido, descubrirás que su primera obra publicada casi nunca coincide con su primera obra terminada. Antes de llegar al punto en el que puedes considerarte un escritor capaz de contar una historia debes pasar por todos los puntos intermedios. Eso significa que tienes que escribir bodrios antes de aspirar a escribir algo pasable, que tienes que escribir historias pasables antes de escribir algo decente, y que de ahí ya podrás ir mejorando hasta llegar a una buena historia.
(Las obras maestras están en otro nivel, así que olvídate; solo sabrás si has escrito una obra maestra cincuenta años después de haberla escrito).
Para pasar por todos esos niveles, tienes que escribir. No hay ningún atajo o manera de saltárselo. Nadie puede escribir todas esas historias por ti, solo tú puedes hacerlo y para eso tienes que escribir. Escribe todos los días. Escribe como si te fuera la vida en ello. La buena noticia es que si lo haces, tú mismo podrás comprobar tu evolución, y sabrás que estás mejorando en tu escritura cuando repases lo que escribiste hace un año y pienses «¿Cómo pude escribir esta mierda?».
Escribe. Y hazlo ahora. Ya.
Si no lo haces, dentro de un año desearás haber empezado hoy.
Conoce tu proceso
Un saludable efecto secundario de escribir todos los días y todas las horas que puedas es que terminarás conociendo tu propio proceso. Con esto quiero referirme a las distintas fases por las que pasas antes de ponerte realmente a escribir. Por si no terminas de entenderlo, te pondré un ejemplo con mi propio proceso.
En condiciones normales, inicio el día muy consciente de que tengo que escribir, y con cierto ánimo para hacerlo. Tengo una primera fase de procrastinación, en la que evito escribir realizando otras actividades. Estas actividades pueden parecer muy importantes, pero en realidad no lo son y muchas veces me autoengaño aludiendo a la brevedad de las mismas.
Tras un periodo de tiempo más o menos largo, paso a la fase de resignación, en la que cierro el navegador, aparco el móvil, abro Scrivener y me dispongo a escribir aunque en realidad prefiera estar haciendo otra cosa. Esto no quiere decir que me ponga a escribir de inmediato, pero al menos ya he dejado de perder el tiempo y me dispongo a trabajar de verdad.
Aquí comienza la fase de duda, en la que la Resistencia juega sus últimas bazas para vencerme. De repente, me abrumo por la cantidad de texto que me queda por escribir para acabar el libro o el esbozo que tengo del capítulo que toca escribir hoy me parece aburrido y sin gracia. Puede que incluso recuerde alguna tarea importantísima que se me había olvidado hasta ese momento. El caso es que mi decisión inicial vacila; cuando no me tomaba la escritura en serio, muchos días no pasaba de esta fase. Ahora, lo que hago es leer lo escrito el día anterior para ir entrando en calor y después seguir a partir de ahí.
Cuando tecleo la primera línea de contenido original del día comienza la fase de interés. Poco a poco, frase a frase, voy metiéndome en la historia y entrando en calor. Al principio cuesta mucho pero a medida que voy acumulando palabras, parece que se me van cayendo las telarañas como si fuese el rey Theoden. Puedo tardar más o menos tiempo, pero el maleficio siempre termina cayendo.
Y entonces es cuando entro en la fase de pasión, que es cuando las ideas fluyen y mis dedos vuelan sobre el teclado. En ese estado es cuando ya ni miro el reloj ni me fijo en otra cosa que no sea contar la historia. Ese es el estado al que aspiro a llegar y que, una vez alcanzado, no cambiaría ni por todo el oro del mundo.
Ese es mi proceso. Puede que sea parecido al tuyo o que sea completamente distinto, no lo sé. Eso solo lo sabes tú; conoce tu proceso.
Créetelo
Finalmente, llegamos al que puede ser el punto más importante para que nunca te bloquees ni te quemes. Es algo tan simple como que te lo creas. Para considerarte escritor, debes creértelo. Muchos aspirantes a escritor no se lo creen y eso termina notándose en lo que escriben; no cometas el mismo error.
Igual te parece que es una tontería, pero no es así. ¿No te ha ocurrido nunca que te ponías ropa nueva y de repente te creías guapo? La realidad es que seguías siendo igual de feo, pero la ropa te daba esa confianza que te faltaba. Con esto ocurre lo mismo. Si crees que eres escritor terminarás siendo uno, pero si no te lo crees, nada podrá disimularlo.
Seguro que alguno pensará que esto es una soberana estupidez. Me parece muy bien, ya sabes lo que dicen de las opiniones y los culos. Pero resulta que yo soy escritor y me lo creo. Sé contar historias y por eso te voy a contar una que ilustra muy bien lo que estoy intentando meterte en la mollera.
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Había una vez un tipo que escribía. Quería ser escritor y vivir de ello, pero le ocurría como a todos los aspirantes a escritor: estaba lleno de dudas. Era una duda andante, vamos. ¿Era bueno? No lo sé, no he leído ninguna historia suya pero tampoco es importante para lo que estoy intentando contarte, así que deja de preguntar y sigue leyendo.
Este tipo que escribía logró contactar con el Gran Maestro, y con Gran Maestro me refiero a un escritor o editor consagrado al que por fin podía mostrar sus historias y saber si tenía talento. Yo me imagino al Gran Maestro como el señor Miyagi de Karate Kid, pero tú puedes ponerle la cara de Isabel Allende, Arturo Péréz-Reverte o Salman Rushdie; elige tú mismo quién aspiras a ser.
El caso es que le entrega una de sus historias al Gran Maestro y este se la lee. Pasan los minutos y el tipo está cada vez más nervioso. Finalmente, el Gran Maestro la acaba y la deja sobre la mesa.
—¿Le ha gustado? ¿Era buena? —pregunta el tipo con voz trémula.
—Te falta pasión —responde el Gran Maestro.
Fundido en negro. Diez años después.
Ahora estamos en la calle y tenemos al tipo que quería ser escritor que, por una de esas coincidencias de la vida que solo se dan en las mejores historias, se cruza de nuevo con el Gran Maestro, al que no ha visto desde hace una década. El Gran Maestro ni le reconoce pero el tipo sí le reconoce a él, así que le saluda con una gran sonrisa y le da la mano.
—Solo quería darte las gracias por lo que me dijiste hace diez años. Gracias a eso, dejé de intentar ser escritor y me dediqué a la abogacía. Ahora soy socio de un gran bufete, tengo un apartamento en el centro y me casé con la mujer de mis sueños. ¡Soy feliz!
—No hace falta que me agradezcas nada —dice el Gran Maestro—. La verdad es que hago lo mismo con todos los que me dan una historia para que me la lea. Finjo que la leo y luego les digo que les falta pasión.
El tipo se queda mudo y blanco. Luego se pone rojo y comienza a hablar.
—¡Hijo de puta! Si no te hubiera escuchado, ahora podría ser un novelista de éxito, o al menos ser un autor publicado. ¡Por tu culpa dejé de escribir!
—Yo creo que no —dice el Gran Maestro con una leve sonrisa—. ¿O me habrías hecho caso si de verdad tuvieras pasión por escribir?
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Así que ya sabes. Créetelo y que no te falte pasión.
¡Feliz escritura!
IMAGEN: Redd Angelo vía Unsplash.
Valiosas palabras, gracias Miguel Ángel.
Y qué maravilloso ese último cuento. Al final no importa lo que te digan sino lo que sientes en tu corazón 🙂
Uy… Me ha quedado un poco cursi, ¿no? xD
Muchas gracias por tus bellas palabras, Adella. Y no te preocupes por lo de cursi, que lo que dices es cierto: si te dejas guiar por lo que te dicen los demás en lugar de hacer caso a tu corazón vas por mal camino, y eso se aplica a la escritura y a todas las cosas. ¡Un saludo!
Me ha encantado la historia (he terminado el post con una carcajada). Muy bueno, como todos tus contenidos 😀
Muchas gracias, Ana, me alegro de que hayas disfrutado con la historia. La idea era acabar con una sonrisa así que la carcajada también me vale. ¡Un abrazo!
Creo que la parte de creéselo es fundamental. Cuando uno se define a sí mismo como escritor, y no como un «proyecto de» y fórmulas similares, cambia la forma de actuar. Tendemos a hacer las cosas que encajan con la idea que tenemos de nosotros mismos, para no decepcionarnos. Si me defino como escritor debo escribir, ¿no? Es de cajón.
El relato del final lo resume todo de forma genial. 😉
Así es, Rafa, si no nos lo creemos nosotros mismos, difícilmente vamos a poder transmitir ninguna seguridad a otras personas. Y cuando actuamos cono esa imagen que tenemos de nosotros o queremos transmitir, poco a poco empezamos a convertirnos en esa imagen. Como bien dices, es de cajón. Me alegro de que te haya gustado el relato; un saludo y muchas gracias por la visita y el comentario 😉
Hola Miguel Ángel,
Estaba poniéndome al día con tu blog cuando me he encontrado con este artículo-joya. Aparte de encantarme el cuento final, podría suscribir tus palabras una por una. También podría enumerar todos los errores que he cometido por culpa de la “validación externa” y otras zarandajas, desde dejar de escribir poesía porque pensaba que “no valía” para enterarme, doce años después, de que había sido finalista -bendito internet- en un concurso internacional de renombre; hasta dejar que un comentario negativo dicho sin mala intención borrase años y años de comentarios positivos de gente animándome a escribir, incluidos varios maestros y profesores.
En fin. Conclusión, el artículo es genial, pero el cuento ha dado en el clavo. La confianza en uno mismo, la pasión y cierta -bastante- cabezonería son cosas que hay que cultivar si uno quiere ser escritor, o estará perdido.
Un saludo,
Lorena
Escribir es por naturaleza un oficio solitario, en el que es muy fácil caer en la procrastinación si no se tiene fuerza de voluntad. Todos los escritores nos hemos dicho que no pasa nada si hoy no me pongo, que mañana puedo y que tengo tiempo, pero cada vez que lo hacemos vamos perdiendo fuelle, y al siguiente día es más fácil no escribir. Yo mismo tengo que confesar que no he escrito nada desde el viernes y no puede ser, así que en cuanto acabe de contestarte, voy a ponerme con ello. Nadie va a escribir por nosotros y es bueno recordarlo de vez en cuando.
Muchas gracias por la visita y el comentario, Lorena. ¡Un saludo!
Gracias por el artículo, tan bueno como siempre. Y ese final…, de novelista 😉
Muchas gracias, me alegro de que os haya gustado la entrada. ¡Un saludo!