Who dares wins (quien se atreve, gana) es el lema que han usado varias fuerzas especiales de distintos países del mundo y es una máxima que también se aplica a los escritores. Si te atreves a salir de tu zona de confort y hacer cosas que jamás te habrías planteado, ganas. Me está ocurriendo con este reto de cuarenta entradas en cuarenta días, gracias al cual estoy —como mínimo— ganando una mayor capacidad de concentración para conseguir mis objetivos. Desde que empecé el reto, soy más consciente del tiempo y de lo que debo hacer cada día para seguir cumpliendo con la entrada diaria. Me gustaría decir que incluso me ha hecho un poco más responsable, aunque tan solo sea en un aspecto muy concreto de mi vida.

Y eso que, hablando en plata, es un reto de mierda comparado con otros. No me refiero al NaNoWriMo (reto que ya cumplí en noviembre del 14, por cierto), sino al último desafío que ha afrontado mi admirado Dean Wesley Smith: escribir cuatro novelas en un mes.

No cuatro cuentos o cuatro historias cortas. Cuatro novelas completas.

Como parte de su desafío, Dean llevó un control de las horas que dedicaba a cada una de sus actividades. En lo que a escritura se refiere, escribió todos y cada uno de los 31 días de julio. Lo menos que escribió fueron 3.100 palabras, en tres ocasiones. El día que más escribió fueron 8.300 palabras. Al final, fue una media de unas 6.000 palabras diarias, entre cinco y seis horas de escritura para él.

Puedes objetar que esos libros «solo» tienen unas cuarenta mil palabras de extensión cada una. La extensión de una novela es una cuestión subjetiva pero esas cuarenta mil palabras equivalen, aproximadamente, a un libro de tapa blanda de 150 páginas, que no está nada mal. Y si no te convence así, piensa en esas cuatro novelas de cuarenta mil palabras como dos novelas de ochenta mil palabras (como mi libro Traición en el Gran Consejo) o una sola novela de ciento sesenta mil palabras (como mi último título publicado, Prisioneros del Futuro). En cualquiera de los casos, es una cantidad más que respetable.

Puedes objetar que eso solo puede hacerlo un escritor que se dedique a escribir a tiempo completo. Pero es que Dean no se ha dedicado a escribir a tiempo completo tampoco. Además de escritor, es director financiero (o cómo sea que se traduzca CFO, chief financial officer) de su editorial, WMG Publishing. No solo eso, también posee dos tiendas de artículos de colección en Lincoln City, Oregon, donde reside, y dedica parte de su tiempo a conseguir objetos para esas tiendas y atender las necesidades de las mismas. En total, Dean dedicó durante el mes 168 horas a sus diversos negocios, lo que es algo más de cuarenta horas semanales de media, una jornada laboral normal para cualquiera.

Y por si eso fuera poco, también está inmerso en un reto personal de escribir a diario en su blog (que es cómo sé todas esas cosas, porque él las cuenta ahí); yo aspiro a lograr cuarenta días seguidos, él lleva ya más de mil cuatrocientos. Creo que todo eso demuestra que escribir no es lo único a lo que se dedica Dean.

Puedes objetar que lo que ha escrito tampoco puede ser tan bueno. Aparte de que eso no lo sabremos ni tú ni yo si no leemos esas novelas, plantear esa objeción demuestra que estás atrapado en el mito de que escribir rápido es malo y escribir lento es bueno. La velocidad de la escritura no tiene nada que ver con la calidad de la misma y para muestra, tienes innumerables bodrios que fueron escritos en una semana y otros tantos que fueron escritos en un año. Al mismo tiempo, tienes obras maestras que necesitaron años para escribirse y otras que necesitaron bastante menos, como por ejemplo, El jugador de Fiódor Dostoyevski, En el camino de Jack Kerouac, o más recientemente, El niño con el pijama de rayas de John Boyne, por citar solo tres ejemplos. No por escribir rápido se escribe mal (y de hecho, no es que Dean escriba especialmente rápido, solo escribe durante más tiempo que los demás).

Puedes objetar que lo que ha hecho solo se puede hacer cuando se es joven y se está en buena condición física. Cuando escribo este texto, Dean Wesley Smith tiene 66 años, problemas de rodilla y otros propios de su edad. Eso no le ha impedido dedicarse a lo que le gusta y disfruta más, que es escribir y contar historias, algo para lo que la edad no es un impedimento.

Vamos, que podría seguir hablando del reto de Dean, pero lo importante no es que lo que ha hecho sea algo increíble o que no lo sea. Lo importante es que solo cuando te pones retos y te obligas a superar tus límites, puedes lograr resultados extraordinarios. Si no lo haces, te mantendrás en una situación muy cómoda y la comodidad es el peor enemigo del arte, sea la literatura o cualquier otro. Al final, se trata de que solo puedes fallar si lo intentas.

Ya te lo dije al principio: quien se atreve, gana.  ¿Te atreves? 

¡Feliz escritura!

Imagen: Nicolai Traasdahl Tarp en Unsplash