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La última de mis lecturas de 2016 fue el libro cuya portada ves ahí arriba: Deep Work de Cal Newport. Llegué a él a través de una típica lista de regalos navideños que vi en algún blog en inglés, eché un vistazo a las primeras páginas en Amazon y lo compré por impulso, junto a otro libro del mismo autor. ¿Por qué ese impulso?

Dejando aparte cualquier tipo de pulsión consumista, la razón por la que lo hice fue porque la promesa de su portada —en traducción libre, «reglas para concentrarse con éxito en un mundo de distracciones»— parecía hecha a propósito para mí. Creo que todos los escritores tendemos a distraernos con el vuelo de una mosca, pero este último año ha sido para mí bastante malo en ese sentido. Por eso, me interesa todo lo que pueda servir para concentrarme en lo que quiero, que es escribir.

Así que empece a leerlo con bastante curiosidad y terminé profundamente impresionado por este libro. Cal Newport introduce el concepto de trabajo profundo o deep work, con ejemplos como Carl Jung, Mark Twain, Woody Allen, Bill Gates, Neal Stephenson o J.K. Rowling, y lo contrapone al trabajo superficial. Definamos esos dos términos:

  • Trabajo profundo: Actividades realizadas en un estado de concentración libre de distracciones que ponen tus capacidades cognitivas al límite. Estos esfuerzos crean nuevo valor, mejoran tus habilidades y son difíciles de replicar. Por ejemplo, escribir un libro.
  • Trabajo superficial: Tareas poco exigentes cognitivamente, que pueden hacerse de forma distraída. Estos esfuerzos tienden a no crear nuevo valor y son fáciles de replicar. Por ejemplo, escribir un correo electrónico.

Con esos dos conceptos en mente, Newport formula la siguiente hipótesis: La habilidad de realizar trabajo profundo se está volviendo cada vez más rara y valiosa en nuestra economía. La consecuencia es que los pocos que cultiven esta habilidad y la hagan el corazón de su vida laboral, prosperarán. No sé a ti, pero esa hipótesis me tocó la fibra porque veo un paralelismo con el actual estado de la publicación independiente, en el que es muy sencillo ocupar tu jornada con tareas que parecen importantes, pero son solo trabajo superficial, y no dedicarte a lo que de verdad te beneficia que es escribir, un trabajo profundo.

Es solo gracias al trabajo profundo que puedes alcanzar objetivos como convertirte en un experto. En la escritura como en cualquier otro campo, la diferencia entre un experto y otra persona cualquiera es que el experto ha dedicado su vida a ello, realizando un esfuerzo deliberado para mejorar su rendimiento en un aspecto concreto. Sea escribir, tocar el piano, correr una maratón o arreglar un automóvil, el experto (entendiendo como experto a aquel que conoce y domina esa disciplina) ha dedicado muchas horas de trabajo profundo para llegar a ese nivel.

Es algo lógico; si quieres conocer y dominar un campo cualquiera, vas a tener que trabajar duro en él y practicar constantemente, llevando tus habilidades al límite. Ese tipo de práctica deliberada es incompatible con cualquier tipo de distracción, como bien puedes entender y seguramente hayas experimentado. Al fin y al cabo, aprendes más rápido cuando te concentras en la materia que quieres dominar que cuando no lo haces ¿verdad?

Otro argumento a favor de la concentración sin distracciones que apunta Newport es lo que denomina residuo atencional. Cuando pasas de la tarea A a la tarea B, tu atención y capacidad de concentración no se traslada de la misma manera y queda un residuo de tu atención aún pendiente de A cuando ya estás con B. Es decir, cuando haces varias tareas a la vez —la famosa multitarea—, tu capacidad de atención no está enfocada plenamente en ninguna, porque cada vez que cambias se genera un residuo atencional. Esa forma de trabajar en varias cosas a la vez, tan común en nuestros días, se traduce en un estado de semidistracción permanente, que es devastador en tu capacidad de concentración y tu rendimiento. En cambio, el trabajo profundo, trabajar plenamente concentrado y sin distracciones en una tarea durante periodos extensos, te permitirá obtener mejores resultados.

El problema de «la internet»

La revolución tecnológica de las últimas décadas ha hecho que convirtamos internet —o como la denomina jocosamente Newport, «la internet»— en sinónimo de futuro y que ignorar las ventajas de «la internet» sea de retrógrados y luditas tecnológicos. El resultado es que vivimos en una época en que todo lo relacionado con internet es, por defecto, una innovación necesaria. Responder al instante al mensaje de whatsapp de un amigo es lo que debe hacerse, mientras que el comportamiento contrario es visto como mala educación. Por eso, las redes sociales y la conexión constante mediante mensajería instantánea y correo electrónico son uno de los mayores enemigos del trabajo profundo.

Lo cierto es que el trabajo profundo es difícil y requiere esfuerzo, mientras que el trabajo superficial, como puede ser atender esa conexión constante, es mucho más sencillo. Cuando no tienes objetivos claros, es fácil considerar el trabajo superficial como algo importante, porque te mantiene ocupado y genera una satisfacción ilusoria de trabajo bien hecho. Es muy fácil creer que has tenido una mañana productiva cuando en realidad lo único que has hecho ha sido dejar tu bandeja de correos electrónicos sin leer a cero, conversar con alguien en Twitter, y dado al «me gusta» de las fotos de tu pareja en Facebook.

Pero sabes que no es así. Por algo se le llama superficial, al fin y al cabo.

Los seres humanos nos encontramos en nuestro mejor momento cuando estamos inmersos de forma profunda en algún tipo de reto. Asimismo, tener objetivos claros también te ayuda a concentrarte, porque no solo tienes claro lo que importa y lo que buscas, sino también lo que no debe importarte, que muchas veces es igual o más importante.

Las reglas del trabajo profundo

Para poder desarrollar un hábito de trabajo profundo es fundamental desarrollar rutinas y rituales en tu vida que te permitan evitar que el trabajo superficial interfiera con el trabajo profundo. Necesitarás también fuerza de voluntad que, como bien sabes si lees esta bitácora, es un recurso limitado que debes atesorar. Para crear esas rutinas y rituales, Newport propone una serie de reglas que paso a comentar:

Organiza tu tiempo.

Conseguir un hábito de trabajo profundo requiere que trates tu tiempo con respeto. Para eso lo mejor que puedes hacer es estructurar tu jornada, organizando cada hora si es necesario pero manteniendo la necesaria flexibilidad para que esa organización no te asfixie. Es más fácil que consigas avances de esa manera que si dejas tu día libre y sin organizar. Si no te organizas, es muy sencillo que tu tiempo se consuma en navegar por internet o en las redes sociales. Aunque este tipo de comportamiento te pueda dar satisfacción en el momento, al final de la jornada terminas pensando qué ha pasado y por qué no te ha rendido el día como esperabas.

Aprovecha al máximo tu trabajo profundo.

Para poder sacar el mayor partido del tiempo que dediques al trabajo profundo, tienes que decidir primero cuál será tu aproximación a este: ¿Te aislarás de todo para trabajar exclusivamente de forma profunda o alternarás periodos de trabajo profundo con otros de trabajo superficial? ¿O eres capaz de utilizar cada hueco de tu agenda para concentrarte en el trabajo profundo? Solo tú puedes saberlo.

En cualquier caso, es importante establecer un ritual que te funcione para realizar el trabajo profundo y asumir que tienes que hacerlo de forma regular. Recuerda que los grandes artistas piensan como artistas pero trabajan como contables; la inspiración tiene que encontrarte trabajando. Si no consigues establecer un ritual, puede que te sea útil realizar un gran gesto, como hizo J.K. Rowling para acabar la saga de Harry Potter, cuando pagó mil libras diarias para usar una suite del Hotel Balmoral de Edimburgo y escribir el último Potter allí. Por supuesto, no necesitas gastar tanto, puede que baste con anunciar tu propósito a tu pareja, o comprar un cuaderno caro en el que escribir. De nuevo, solo tú puedes saber la manera adecuada para ti.

También es importante que respetes tus tiempos de descanso y recuperación. Desconectarte del trabajo profundo es vital para que puedas recargar la energía necesaria para realizarlo. Dar descanso a tu cerebro mejora la calidad de tu trabajo profundo. Cuando trabajes, trabaja duro. Cuando lo dejes, déjalo por completo.

Aprende a aburrirte.

La habilidad de concentrarse intensamente es una habilidad que puede y debe entrenarse, pero cualquier esfuerzo que realices en ese sentido será inútil si no lo acompañas simultáneamente con un proceso de desintoxicación de las distracciones. Piensa en un atleta profesional, que debe cuidar su cuerpo incluso cuando no compite; de la misma forma, tú debes cuidar tu capacidad de concentración cuando no estés trabajando, permitiéndote aburrirte.

¿Y por qué? Porque si tu cerebro se acostumbra a tener distracciones en todo momento, será difícil sacudirte esa adicción cuando quieras concentrarte de verdad. En ese sentido, un smartphone es la distracción definitiva; sincérate: ¿cuántas veces has visto tu móvil en la última hora? ¿Cuántas notificaciones has recibido? ¿Y cuántas eran realmente importantes? Y quien dice smartphone se refiere a ordenador o televisión o aquello a lo que recurres cuando te aburres.

Tienes que cambiar tu mentalidad y, en lugar de encontrar un hueco en tus constantes distracciones para concentrarte, debes encontrar un hueco en tu concentración para distraerte. Es decir, distribuye tu tiempo en bloques de trabajo profundo alternados con bloques de trabajo superficial o distracciones. No importa que solo tengas dos bloques en todo el día, lo que importa es que cuando estés en uno de trabajo profundo, no permitas que nada te distraiga y te concentres plenamente en él.

Evita tus redes sociales.

Este es uno de los puntos que pueden resultar más polémicos, pues va contra todo lo aceptado y aceptable socialmente, tanto en el mundillo de los escritores como en el mundo en general (recuerda que «la internet» y todo lo que conlleva es sinónimo de innovación). Pero tiene toda su lógica cuando lo planteas: el uso de redes sociales se justifica en los beneficios que te traen (principalmente, contacto con tus conocidos) y en lo que te puedes perder si no las usas (desde la foto del bebé de tu prima, hasta las últimas noticias del mundo). Pero esa justificación es muy simplista y no tiene en cuenta los aspectos negativos (la comercialización de la privacidad, por ejemplo) de estas herramientas, que es lo que son a la postre.

Si lo prefieres, puedes considerar esto. Seguro que conoces la famosa ley 80/20 que establece que el 80% de tus resultados viene del 20% de las cosas que haces. Toda actividad, sea ocio, trabajo profundo o trabajo superficial, consume los mismos recursos limitados: tu tiempo y tu atención. Si inviertes tu tiempo y atención en actividades que tienen un impacto bajo (ese 80% de actividades que te rinde el 20% de resultados), no podrás usarlo en aquellas que tienen un impacto alto. Por ejemplo, pongamos que quieres mantener el contacto con tus amigos; si dejas de dedicarte a actividades de bajo impacto —como comentar los estados de Facebook de tus amigos— y te concentras en las de alto impacto —como invitar a tus amigos a tu casa a tomar café—, terminarás teniendo mucho más éxito en tu objetivo.

Puede que pienses que es una tontería darle tanta importancia a las redes sociales, pero no es solo el tiempo que consumes en ellas; piensa que detrás de las redes sociales hay empresas, que ganan dinero con tu tiempo y tu atención. De hecho, se lo das libremente gracias a un golpe maestro de propaganda: nos han convencido de que si no usamos su producto, esto es, estamos en su red, podemos perdernos cosas que pueden importarnos. Y no solo eso, sino que se aprovechan del afán de protagonismo innato en cada uno de nosotros que nos hace creer que los demás quieren escuchar lo que tenemos que decir, y que se molestarán si no lo hacemos.

Como puedes imaginarte, ninguno de esos dos aspectos es realmente así. Por eso, Newport aboga por una aproximación más racional a las redes sociales, en la que debes identificar cuáles son tus objetivos personales y/o profesionales y usar las redes sociales, como cualquier otra herramienta, solo si el efecto positivo de cara a esos objetivos supera el efecto negativo (adelanto que es un ejercicio muy revelador, y hablaré de cómo ha resultado para mí en la entrada del próximo viernes).

EN RESUMEN

Creo que ha quedado claro que este libro me ha encantado y que ha ejercido una gran influencia en cómo me planteo este año. El acto de escribir es el trabajo profundo más cotidiano que existe y por esa misma razón no se le considera como tal, algo que a mí me pasaba. Sí, reservaba mi tiempo, intentaba dedicarme solo a escribir, pero siempre había otros elementos que me hacían interrumpirlo. No es que me haya ido mal del todo con esa técnica (o con la ausencia de ella), pero quiero mejorarlo y por eso, este año voy a comprometerme con el trabajo profundo. No se trata de una postura moral o un debate filosófico, es solo que por experiencia he comprobado que cuando me concentro en mi trabajo es cuando consigo mejores resultados. Y después de lo que ha sido 2016, quiero tener resultados.

Como siempre, estás invitado a ver esos resultados y el proceso. De hecho, la entrada del próximo viernes puede considerarse el inicio de ese proceso, aunque antes toca volver a poner en marcha este martes el manual de Scrivener, que ya lleva mucho tiempo parado.

Hasta entonces, ¡feliz escritura!