Hooola. ¿Hay alguien ahí? No sabría decirlo, los meses de agosto suelen ser mortales para la blogosfera y no creo que yo vaya a ser la excepción. En cualquier caso, mientras el resto del mundo en el hemisferio norte está disfrutando sus vacaciones, yo estoy de vuelta en el trabajo y en esta bitácora.

La ola de calor que azota España en estas fechas hace que sea un buen momento para una entrada un tanto diferente a las que escribo normalmente. Tengo un ventilador conectado, moviendo el aire fresco hacía mi rostro y el sonido constante de sus aspas girando a toda velocidad se mezcla con el canto de las chicharras en el exterior. Tengo la boca seca y bebo de mi botella de agua, que ya se ha calentado, pero sigue siendo bienvenida. Noto una gota de sudor cayendo por mi cuello y la limpio con la mano, que seco luego en mis pantalones cortos antes de volver a posar los dedos sobre el teclado. La pantalla muestra el escritorio de WordPress y su editor vacío, esperando que comience a llenarlo con palabras. ¿De que podría escribir?

Una cosa que debes aprender como escritor es a sumergir al lector en tu historia. Si logras que se evada y que su percepción y su mundo se reduzca a las palabras que has escrito, tendrás el 99% de tu trabajo hecho. Por supuesto, te queda ese 1% que es la parte más difícil, mantener al lector dentro de la historia, pero vayamos por partes. ¿Cómo puedes conseguir que el lector se sumerja en tu historia?

Hay muchas técnicas para conseguirlo, y hoy voy a compartirte una muy sencilla, pero que no todo el mundo pone en práctica. De hecho, yo tampoco lo he hecho mucho en mis títulos publicados hasta la fecha, pero cambiar eso y usarla todo lo que pueda es uno de los propósitos para mi escritura que tengo de ahora en adelante. ¿Y qué técnica es, te preguntarás? Si eres un lector avispado ya te habrás dado cuenta; si no lo eres, la respuesta es muy sencilla.

Repasa el segundo párrafo. Si cumplió su cometido, te hiciste una imagen mental mía escribiendo en medio del calor. Los detalles específicos son lo de menos. Da igual si me has visualizado delante de un ordenador portátil o de sobremesa, si es de día o de noche, o si escribo en una habitación o en el exterior. Cada lector se ha formado una imagen completamente diferente de mí, pero todas ellas son igual de correctas, detalladas y completas, porque son los lectores los que tienen que acabar el cuadro y formar la imagen en su mente mientras leen.

Piensa en la imagen que creaste en tu mente. Lee de nuevo el segundo párrafo y busca qué partes vienen de lo que yo escribí y cuáles de tu propia imaginación. ¿Cuál es la clave para conseguir ese efecto? En este caso, ha sido el uso de los cinco sentidos.

La mayoría de escritores noveles y no tan noveles se limitan a proporcionar información visual y auditiva. Pero tenemos más sentidos y si eres capaz de utilizarlos en tus textos, lograrás que estos sean más ricos y que el lector se sumerja en tu historia sin darse cuenta. Se trata de dar la información precisa al lector para que este termine de formar la imagen en su mente. No necesitas dar detalles exactos, solo lo necesario para crear la imagen y sumergir al lector en tu historia. Examinaré ese aspecto en unos momentos, pero antes veamos juntos cómo usar los cinco sentidos en tu escritura.

Sea cual sea el género en el que escribas, te beneficiará usar los cinco sentidos para sumergir al lector en tu historia. Piensa que será menos efectivo escribir «Fernando sintió cómo el miedo le invadía al ver la pistola humeante en la mano de su atracador y tuvo que apoyarse en la pared para no caerse» que usar los cinco sentidos para hacer más rica la descripción: «Fernando casi pudo sentir cómo la sangre se retiraba de las manos y la punta de los dedos se helaba cuando vio la pistola todavía humeante en la mano de su atracador; aunque sabía que no era real, el olor a pólvora del disparo se clavó en su nariz y sintió su boca completamente seca y con un sabor amargo. Apoyándose en la pared, trató de controlar el temblor de sus rodillas y no hacer caso al frío que sentía por todo el cuerpo; caerse no le serviría de nada».

Es un ejemplo un poco exagerado, aunque sirve para mostrar mi tesis. El segundo texto es bastante más largo pero mucho más rico, contándonos muchas más cosas de lo que experimenta Fernando y apelando a los diferentes sentidos (falta poner algo referente al oído, pero estoy seguro de que has captado la idea). Además, el segundo texto cumple con otra de las reglas que tienes que grabar a fuego en tu mente: No lo cuentes, muéstralo. En ningún momento digo que Fernando tiene miedo, pero el lector lo sabe a través de las sensaciones que describo y que son las que puedes asociar al miedo: manos heladas, boca seca, rodillas temblorosas… Como ves, no necesito decirle al lector que Fernando tiene miedo, ya lo sabe sin necesidad de hacerlo explícito.

Son solo detalles, pero son los detalles necesarios para que el lector forme la imagen en su mente y se sumerja en la historia. Si escribo que la protagonista de mi historia se ha sentado en un sillón azul, no necesito más detalles —a no ser que sea una parte importante de la trama—; perdería mi tiempo y el del lector si añado que es de cuero avejentado por el paso de los años o que uno de sus brazos tiene un agujero por el que sobresale un poco de gomaespuma. Todo eso son detalles innecesarios que no hacen avanzar la historia y parte de tu trabajo es asegurarte de que no los escribes. Piénsalo. ¿Qué utilidad tiene la descripción del sillón si no lo vamos a volver a ver?

Con todo, es un error común de escritor novel pensar que debes dárselo todo bien descrito y bien mascadito al lector para que se haga la imagen exacta que tú quieres. Exceptuando los aspectos importantes de tu historia (que no son tantos como te imaginas), lo mejor es darle libertad al lector para que rellene los huecos con su imaginación, porque nunca lograrás crear una imagen más vivida que la que puede crear un lector.

En resumen, no te recrees en detalles innecesarios y da las pinceladas justas para que el lector pueda crear su propia imagen mental —que siempre será mejor que la tuya, porque será específica de ese lector—; si además lo haces apelando a los cinco sentidos, tu lector ni siquiera se dará cuenta de cómo se ha sumergido irremediablemente en tu historia.

Algunos llaman a eso literatura, u oficio de escritor. Yo prefiero llamarlo magia.

Imagen: Jacob Walti vía Unsplash.